La mañana parecía normal en la tienda hasta que un coleccionista europeo entró cargando una caja de madera sellada con clavos antiguos, recubierta de polvo y con una inscripción en tinta desvanecida:
“Propiedad de N. Tesla – No abrir sin autorización”.
Rick levantó la ceja. Pensó que se trataba de una imitación, hasta que el vendedor explicó que su bisabuelo había trabajado como asistente de inventores en Nueva York en 1910 y que esta caja le fue entregada por “un hombre excéntrico y reservado que hablaba de electricidad como si hablara de magia”.
La caja no tenía registros oficiales, ni en subastas, ni en museos. Nunca fue abierta, por respeto familiar… y miedo.
El vendedor dijo:
—“No quiero abrirla yo. No quiero quedármela. Pero necesito saber… si esto realmente pertenece a Tesla.”
Rick llamó de inmediato a un experto en historia de la ciencia, quien analizó la madera, los clavos, la caligrafía y el sellado.
Todo coincidía con la época y estilo de envío usado por laboratorios entre 1905 y 1915.
Tras dudar unos minutos, Rick usó guantes y una palanca fina para levantar la tapa.
Dentro había varias capas de tela envejecida… y al fondo, un cilindro metálico conteniendo planos enrollados con símbolos eléctricos, esquemas de bobinas, y una hoja con el título:
“Transmisión inalámbrica ilimitada – Etapa final de campo”.
El experto palideció:
—“Esto… esto nunca fue publicado. Estas fórmulas no están en los archivos oficiales. Si esto es real, estás viendo algo que Tesla escondió del mundo.”
Rick miró los documentos sin saber si acababa de encontrar historia… o el inicio de una conspiración.
El vendedor pidió $50,000 dólares. Rick ofreció $20,000… y no para venderlo, sino para entregarlo a un museo de ciencia, con la condición de que lo estudiaran en privado antes de exponerlo.
“Algunas cosas no son para coleccionar… son para entender el mundo que Tesla imaginó, y que quizás… aún no hemos alcanzado.”