Don Juanito y sus Tomatillos El Campo Es Vida

POR JESÚS FLORES ALMAGUER

En un pequeño rincón de Tabasco, donde la humedad se mezcla con la calidez del sol, Don Juanito comienza su día antes que nadie. A sus 65 años, con la piel dorada por el sol y las manos arrugadas por décadas de trabajo en el campo, es un hombre querido por todos. Su risa es contagiosa, y su amabilidad, infinita. Desde joven, Don Juanito encontró su lugar en la tierra, y hoy, sigue cultivando con la misma pasión que cuando tenía 12 años, dedicando su vida a los famosos “tomatillos”, pequeños frutos llenos de sabor que son el orgullo de su pueblo.

A las 5 de la mañana, cuando el cielo apenas se empieza a iluminar, Don Juanito ya está listo. Con su sombrero de palma bien puesto y un morral de tela al hombro, se despide de su esposa, doña Chonita, quien le da un beso cariñoso y le recuerda que no se olvide de llevarse el agua fresca. Siempre con una sonrisa, él le responde: “¡No te preocupes, señora, ya voy!” Con su paso tranquilo pero firme, camina hasta su campo, que está lleno de plantas de tomates chiquitos, que crecen a lo largo de la tierra fértil, donde el aire fresco de la mañana y la sombra de los árboles les brindan el espacio perfecto para madurar.

Don Juanito sabe que, como todo buen agricultor, el secreto de una buena cosecha está en el cuidado y el tiempo. Los tomates chiquitos, esos pequeños tesoros rojos, necesitan atención constante. A veces se tarda horas en observar cada planta, ver si está lista para ser cosechada, si el tomate está en su punto justo. Pero a Don Juanito no le importa. Su amor por la tierra y por su trabajo es tan grande que cada momento en el campo es un regalo.

Cuando la luz del sol ya se empieza a sentir fuerte, él toma su machete con destreza y corta con suavidad las ramitas que sostienen los tomates. Con cada movimiento, su morral se va llenando lentamente de esos pequeños tomates que a veces se le escapan entre los dedos, pero que, con paciencia, vuelve a recoger. “Estos son los mejores, los que salen con el cariño de uno”, dice mientras sonríe, siempre compartiendo su conocimiento con los que se acercan a pedirle consejo, como si fueran sus propios hijos.

Una vez que el morral está lleno, Don Juanito regresa a casa. Por el camino, saluda a todos los vecinos, a quienes siempre les tiene un buen gesto o una palabra amable. Y es que Don Juanito no es solo un hombre de campo; es un hombre de pueblo, un hombre de familia, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesite. En su casa, doña Chonita lo recibe con una sonrisa y lo ayuda a clasificar los tomates, mientras le prepara un cafecito de olla. En su casa, siempre hay espacio para compartir, y nunca falta quien pase a preguntar por sus Tomatillos, ya sea para una salsa, una ensalada o, como él dice, “para ponerle sabor a la vida”.

Aunque el trabajo no le trae grandes riquezas, Don Juanito se siente satisfecho. Para él, lo importante no es lo que se gana con dinero, sino lo que se gana con esfuerzo y gratitud. Sus Tomatillos se venden en el mercado del pueblo y son conocidos por todos, quienes los prefieren por su sabor único, ese toque que solo la tierra de Tabasco puede dar.

“El campo es como un hijo”, dice Don Juanito, con los ojos brillando de amor por su tierra. “Te da lo que le das, con cariño y esfuerzo.” Y así, todos los días, después de la jornada de trabajo, se sienta a alimar su mach3t3, bajo la sombra de su árbol favorito, a disfrutar de un buen plato de salsa de Tomatillo acompañado de tortillas de maíz hechas a mano. Y es que, para Don Juanito, no hay nada más hermoso que ver cómo su trabajo da frutos que no solo alimentan su familia, sino también a todo aquel que cruce su camino.

En Tabasco, todos saben que si hay algo que caracteriza a Don Juanito es su generosidad. No es raro verlo compartir su cosecha con los demás, sin esperar nada a cambio. “El que da, recibe”, siempre dice, y con esa filosofía sigue cultivando no solo tomates, sino también amistad, cariño y un legado que, aunque sencillo, es inmenso.

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